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Roof Tiles

TEJADO DE LETRAS

TALES BENEATH THE TILE

Seguir en pie

Bartolina Sisa

Sigo en pie

 Aunque me invalides

 Aunque me borres

Aunque me ahogues

Aunque me acorrales      

Aunque me persigas

Aunque me humilles

Aunque me exhibas

Aunque me acribilles

Aunque me reduzcas

Aunque me caces

 

Sigo en pie

Resistiendo tus ataques

Derribando tus muros

Reclamando mi derecho  

Exigiendo mi respeto

Demandando mi voz

Recordando mis orígenes

Forjando mi presente

Sintiendo mi comunidad

Mostrando mi herencia

 Liberando mi progenie

Apaciguando mi miedo

Rugiendo mi libertad

 

Sigo en pie

Combatiendo tus recuerdos

Soltando tu amor

Bio: N/A

(This)placement and Desbordes

El poema tiene como inspiración los desbordes emocionales que han afectado mi vida, la paz y la estabilidad que sigo construyendo a pesar de los impedimentos que he enfrentado. Seguir en pie representa la lucha y resiliencia necesaria cuando la esperanza parece desaparecer.

La maleta que no cierra

 

Estrella Vistara

 

Quizá mi única noción de patria

sea esta urgencia de decir Nosotros

quizá mi única noción de patria

sea este regreso al propio desconcierto.

- Mario Benedetti, fragmento de “Noción de patria”

Me dijeron:

lleva lo necesario.

Pero ¿qué es lo necesario

cuando una vida se parte en dos?

 

Metí una foto

que ya no tiene marco,

una dirección escrita

con letra que no es mía.

El nombre de mi abuela

envuelto en papel manteca,

como los dulces que hacía

y que ahora solo viven en mi lengua.

Una blusa que huele a domingo,

dos cartas que no envié,

una cadenita sin santo,

pero aún tibia del cuello.

Metí el acento,

aunque sé que allá no lo entenderán.

Metí palabras rotas,

conjugaciones sin país,

el usted, el vos, el tú,

todos discutiendo en la misma maleta.

 

Intenté meter la casa,

pero no cabía.

Ni las paredes.

Ni el árbol del patio.

Ni el silencio entre cena y cena.

 

La ropa pesa,

pero pesa más lo que no entra.

Los abrazos que ya no puedo repetir.

Las calles que se quedaron sin mi sombra.

La historia familiar contada a medias.

La última mirada de mis abuelos

cuando no dijeron ‘adiós’.

 

Intenté cerrarla.

Me subí encima.

Le hablé.

Le rogué.

Pero la maleta no cierra.

como si supiera

que lo que duele más

no siempre tiene forma.

Entonces la cargué así,

abierta,

como va uno cuando se va:

con todo a medias,

con nada asegurado,

con la memoria saliéndose

por los cierres.

Un blues para los cartageneros más panameños
Andrea Carolina Miranda Pestana 

 

Resumen: Presento una historia de ficción y realidad. Es un cuento basado en experiencias compartidas por mi mascota y yo en Ciudad de Panamá. En el cuento expreso, además, lo cómoda que me siento siendo una eterna extranjera en Panamá. Como colombiana y como mujer afrocaribeña, ser consciente de mi categoría de extranjera residente en Panamá se ha vuelto una coraza y, al mismo tiempo, una vulnerabilidad a flor de piel, que me hacen aprender la compleja historia panameña desde la curiosidad. Entender el entramado histórico me ayuda a comprender mi experiencia como inmigrante. El cuento incluye las experiencias de una humana y un perro paseando las calles de Ciudad de Panamá al comienzo de la jornada laboral.

 

Al bajar las escaleras, sentimos un ruido como de cascada de agua fresca. Saliendo del edificio, nos dimos cuenta de que un hombre desnudo, con derrière esculpido, daba los buenos días tan solo minutos antes de empezar el día laboral. Tomaba una ducha al aire libre en plena avenida Quinta Sur de Marbella, barrio de esplendor setentero. El cuerpo desnudo tomando la ducha fue una grata sorpresa para Fiona y para la vecina, quien, sentada en la banca de la entrada de nuestro edificio, tomaba entretenida su café de cincuenta centavos, o, como decimos en buen panameño, de a cuara. La vecina sonreía admirando ese espectáculo. Desde ese momento supe que ese cuerpo de hombre desnudo, expuesto en plena luz del día, era promisorio de un buen día para nosotras, y así fue. Comenzaban nuestras andanzas, nuestro paseo mañanero panameño tan esperado.

A veces me pregunto qué piensan tus ojos de canicas de caramelo, Fiona. Tu pasado lo hemos construido a punta de narrativas inverosímiles, tu padre y yo. Según el padre de Fiona, ella viene de familia Zonian, porque odia que canten el himno de la extinta Unión Soviética. Le encantaría hacer unos años de entrenamiento en West Point. Siento que Fiona es como medio agringada, toda una fiel creyente de que todavía hay que vencer al Axis Power y que la Guerra Fría continúa y es inminente. Solo que ahora los contendientes comunistas son otros perros o pelaítos hípsters que les encanta lo antiguo sin razón, que portan como bandera privilegios tejidos en chaquetas de segunda. No sé, pero me da esa impresión.

Dejando atrás su ancestralidad, vuelvo a nuestro paseo. Le decimos adiós, que tenga buen día, a la vecina, quien sigue contemplando con sonrisa angelical y pícara al hombre desnudo que toma la ducha improvisada con el tubo partido del edificio de enfrente. Por su gesto complaciente y tranquilo, parece que este eventazo también hizo su día.

Fiona y yo partimos. Dejamos atrás la escena y comenzamos nuestro paseo. Al primero que siempre nos encontramos es a nuestro paciero costeño. Ese día me dijo que le fascinaba:​ - Panamá. A mí también me gusta, le dije. Y es que Panamá parece Cartagena, Barranquilla o Santa Marta. Hay bastante costeño camuflado que ya no parece colombiano. Algo tiene Panamá, que se siente como nuestro terruño. Me dice que se siente bien, porque en su pueblo a casi todos los tienen amedrentados las bandas criminales. Al final del día, tan solo queremos trabajar y seguir adelante, dejando atrás miserias y abandonos estatales que se remontan a la fantasía de Estado nacional colombiano: fallido para muchos, glorioso para incautos.

Panamá significa para nosotros dejar todo atrás y empezar de cero en una tierra que no parece tan ajena, hasta que en el momento menos esperado te recuerdan que serás para siempre el eterno extranjero. Así como Camus, me gusta más pensarme como la Viola Chilensis, como una exiliada del sur. Fiona y yo seguimos nuestras andanzas, pero su mirada ya está harta de tanta habladera. Le digo adiós al costeño y seguimos nuestro día.

Partimos por Marbella entrando a Bella Vista, barrio de casas imperiales, terruño de una extinta élite panameña de comienzos de siglo. Antes de llegar al Parque Urracá, por ahí mismo, un señor con gesto de recién levantado nos dice:  ¡Adiós, bellas mujeres! Yo me río y la perra parece impávida, más bien buscando el próximo resto de corazoncito o hueso mal parqueado que alguna boca imprudente u ocupada haya tirado en pleno asfalto.

En esos paseos matutinos de Marbella, recuerdo los días fríos en Albany, el pleno invierno de Upstate New York, que no vale ni la pena describir, un gélido ambiente donde no dan ganas ni de pensar. Me acuerdo que la esperanza o el motivo para despertar era, algún día, regresar a Panama City. Pensaba que era una fantasía o desvarío de una mente desocupada, imaginarme caminando al lado de uno de mis corazones palpitantes, mi Fiona, en la zona bancaria en plena hora pico. Sí, no se equivocan, la hora que todo ciudadano de Panamá odia y más si llueve y cae quincena, porque, día de quincena que se respete, hay tranque en toda la ciudad. Tranque en Calle Cincuenta, tranque en el Puente, tranque en la Cinco de Mayo, tranque llegando a Albrook, tranque en el Puente Centenario.

Sí, Panamá es una patria pequeña como decía el escritor Ricardo Miró. Todes se conocen, pero ¿quién no anhela un atardecer bien rosado con edificio de fondo, o una buena pinta con amigos que entienden perfectamente el nivel de demencia que expresamos a través de anglicismos? Palabras que nosotros, los panameños camuflados, también entendemos. Pacieros con quienes uno puede parquear sin sentirse comprometido, a quienes uno no les tiene que andar traduciendo dichos y para quienes awebason no representa un insulto.

Sí, soy la cartagenera más panameña. Cartagenera como Pedro Prestán. De nuevo, pienso en el paseo con mi perra de ancestros Zonian, que algo tiene Panamá que tanto atrae a los costeños. Pasamos tan desapercibidos que a los panameños se les olvida, por un momento, que somos colombianos. Pero siempre hay que andar alerta por si algún incauto de mala fe quiere develar la identidad de los costeños panameños mimetizados, porque en cualquier momento quieren dejarte al descubierto demostrando que no eres panameño.

Aun cuando quieran, nadie podrá arrancar a esa patria “¡tan pequeña, tendida sobre un Istmo en donde es más claro el cielo y más brillante el sol”, para desterrarte de mi mente. Panamá tendría que volver a nacer, porque, aunque les duela, patria es “el recuerdo …pedazos de la vida” y la vida me la tendrían que despedazar, porque tendría que morir para dejar de ser la cartagenera más panameña. Porque soy tan cartagenera panameña como Prestán y eso ni una caterva de incautos de mala fe me lo puede arrebatar.

Regresamos a Marbella, avenida Quinta Sur. Ya el cuerpo de hombre desnudo de perfecto derrière no existe. No hay ducha improvisada, ni sonido de agua de cascada. Entramos y sigue la vida misma en este pedazo de tierra que llamaron Panamá.

 

 

 

1. Zonian hace referencia a los estadounidenses que habitaban la Zona del Canal, enclave americano establecido desde comienzos de la construcción de la Zona del Canal en 1904 y que hasta 1999 constituyó un territorio controlado por los Estados Unidos. La Zona tenía su propio sistema legal, sus espacios urbanizados, sus edificios administrativos, clubes, además de un sistema escolar independiente.

 

2. La categoría de costeño, a, e, hace alusión a los habitantes de los departamentos de la costa Caribe colombiana, como Atlántico, Bolívar, Cesar, Córdoba, La Guajira, Magdalena, San Andrés y Providencia, Sucre. La Costa Caribe colombiana ha sido receptora de ideas, de poblaciones migrantes y de población esclavizada. Es de la Costa Caribe que el Nobel de Literatura Gabriel García Márquez toma inspiración para escribir novelas como Cien años de soledad y El amor en los tiempos del cólera.

3. Pedro Prestán fue un político proveniente de Cartagena, Colombia. Se desconoce su fecha de nacimiento, pero se estima que fue en 1852. Se destacó por su participación en el ámbito político panameño. En 1884 fue elegido diputado federal de la provincia de Colón. Era firme creyente de la autonomía política de esta provincia, ya que en este periodo Panamá hacía parte del territorio colombiano. “En 1885 lidera una rebelión en contra del presidente Rafael Núñez, que rechazaba la autonomía de esta provincia. Prestán y sus seguidores se levantan en armas y secuestran al superintendente estadounidense del Pacific Mail y a otros ciudadanos americanos” (Donoghue, p. 524). Ante tal agravio, los marines estadounidenses intervienen. No hay claridad sobre los hechos sucesivos, pero durante el enfrentamiento de Prestán y sus seguidores con los marines estadounidenses se propicia uno de los mayores incendios en la Ciudad de Colón. Prestán es acusado de las pérdidas materiales y del levantamiento popular, por lo que es condenado a la horca.


4. Ricardo Miró, Patria, primera estrofa.


5. Ricardo Miró, Patria, tercera estrofa.











 

El sobrevuelo del cuervo

 

Paloma blanca, piquito de oro, alas de plata

no te remontes por esos montes
porque yo lloro

 

Es una niña, Pelusa, es una niña, le grité, pero no me escuchó. Se fue molesta seguida por todos los ojos del restaurante, alejándose del mar de llantos de su hija. Ahora Pelusa es activista feminista, abortista, tirapiedra. Se va a reclamar los derechos de las niñas, pero a la suya la dejó en el mar de lágrimas. Yo le calmé los ahogos y la llevé a casa en brazos y ahora ella está en el extranjero, porque salió inteligente. Yo siempre supe que podía y siempre la apoyé. Quiero ir a estudiar el posgrado afuera, papá, pero es difícil hijita una nacional estaría más fácil. Hay que tener opciones. Pero se ganó la beca. Fue un orgullo para mí… ah, ¿ya te había contado? Bueno, pero es que un padre siempre se llena la boca de sus hijos.

Pelusa es agresiva, controladora, igual que su madre, que en paz descanse. Esa casa, compadre, era de locos, un laberinto, te enfermaba, por eso me salí. Yo le repetía eso a la niña para que me entienda. Tú escapaste, pero yo me quedé. Ella se quedó, ofrenda, sacrificio, caro pago de mi partida. Por eso, cuando ya estaba grande y quiso irse, yo la apoyé como pude. Pelusa estaba más loca que nunca. No quería soltarla, pero tampoco quería dejar de tener razón en todo. Yo la apoyé, le di su pensión, yo guardé su cunita, las fotos, yo me quedé con la bicicleta cara que le regalé, pero que Pelusa no quiso que tuviese. Ya qué más iba a hacer. La niña de grande no se reía, ni lloraba conmigo. Éramos dos desconocidos.

Yo estaba de acuerdo con que viaje y se vaya a un país desarrollado. Le aconsejé que se case con gringo. De mentirita no más como lo hizo la Paty, ¿te acuerdas? Le pagó a uno y se fueron de viaje aquí y allá. Se llenaron de fotos con amigos y familiares y así le dieron la nacionalidad. Le dije que hay que saber jugárselas en esta vida. Mi gran dolor es no haber podido criar a mi hija, hermano. No haber estado mucho ahí, en especial, después de que nació su hermano. A Gonzalo sí pude criarlo. Yo tuve que ser el padre firme ahí, porque Celia lo engríe mucho, por eso salió así abebado, flojo y medio lento. Tiene familia del lado de la madre en el extranjero así que, si Dios quiere, quizás también se vaya a estudiar o trabajar. Yo le digo, oye, contacta a tu hermana, pero es chuncho, a pesar de ya estar bien grande. Es que no se conocen mucho. Hace unos años recién se enteró de que tenía hermana.

Cuando le dije a la niña que Gonzalo no sabía que ella existía, lloró por primera vez. Es que, cuando me volví a casar, no le conté. Se enteró de casualidad cuando vio una foto de la boda con Celia en la oficina. Yo me había olvidado de que esa foto estaba ahí. La niña tendría unos doce años cuando se encontró la foto. Yo no supe cómo contarle y, cuando no se sabe qué decir, es mejor no decir nada, hermano. Las cosas se arreglaron solas al final. Celia ya estaba embarazada por esas épocas, entonces quise unir a toda la familia, que mi hija sea hija de Celia y que conozca a su hermanito en su barriga, pero ella no quería conocerlo y no quería más madres. Se distanció. Entonces ¿cómo le iba a decir a mi hijo de su media hermana? Iba a querer verla, pero ella. Cuando no se sabe qué decir, es mejor no decir nada.

Pero Diosito provee y me dio otra oportunidad. Los presenté cuando la niña buscaba irse de la casa. Yo también quería irme de la mía, porque tenía problemas con Celia y su madre. Si no lo hacía era por Gonzalo y porque la vida de soltero es muy dura a esta edad. Ese fue el mejor momento para que acepte conocerlo. Quizás y hasta aceptaba alquilar casa conmigo. Ella estaba desesperada por irse. La veía medio pálida, alicaída. Pasaba mucho por la oficina para no estar con Pelusa. Vino mi hermana un día y les tomamos unas fotitos a los hermanos abrazados. Lo que siempre quise. Le encargué que lo haga crecer responsable, porque ella lo era. Muy estudiosa, muy madura. Excelente hermana mayor. Excelente sanando a su hermano, a su padre, a su madre, a toda la familia.

La última vez que hablamos me parece que fue cuando estaba enferma. Sí te conté, compadre, ¿no? Le operaron la enfermedad. Ahora está bien, está bien. No la he visto, pero sé que está bien, gracias a Dios. Yo recé, Diosito, ¿por qué a ella?, mejor hubiese sido yo, pero así son las cosas. Tan joven. La única en la familia, ni del lado de la madre, ni del mío había pasado antes. Como si fuese el castigo por juntar estas sangres que jamás debieron mezclarse.

Pelusa me llamó para darme la noticia, pero a la semana empezó la cuarentena. Me volvió a llamar entonces para reclamarme, a decirme que por qué no estaba cuando más me necesitaban. Pero no podía salir de la casa ¿Qué culpa tengo? Tú sabes que Celia esta gorda y eso la ponía en riesgo. Todos aquí estábamos de miedo menos mi suegra. Al final fue todo por las puras. Esa vieja nos contagió a todos. Le decíamos que no salga, pero la vieja igual salía a chismear con la vecina y nos contagió. A Celia, Gonzalo y a mí, a toda la familia pues. Y, para colmo, a ellos les dio como resfrío, pero a mí me dio como neumonía. Lo peor de todo fue que ni la pandemia se pudo llevar a la vieja loca. Ay, hermano, mejor me rio no más. Es que yo he sido enfermizo. Los dolores del cuerpo, la cabeza, la gastritis, las palpitaciones. Pelusa les decía a todos que era hipocondríaco, porque ella nunca dejó de trabajar en la casa, ni en el embarazo descansó.

 

Bueno, te estaba contando de la llamada de Pelusa. Yo le colgué, hermano, porque, cuando se pone así, no se puede hablar con ella. Luego llamé a mi hija para explicarle. Desde el diagnóstico, estaba un poco fuera de sí. Pero fue lo mismo, pura discusión. Le respondí que era igual a su madre. Estaba muy dolido. Le dije que parecía que todo lo hacía mal, entonces, que ya no iba a intentar más, que mejor me iba. Le colgué a la niña, pero, hermano, usted me entiende. Uno se frustra también. La Pelusa discute conmigo, con ella, pero después creo que se ponen de acuerdo. Ya no puedo más, papá, los gritos de mi mamá, la casa, la enfermedad, no le grites a mi mamá. Ya no puede dice, se le va la voz, pero igual la defiende. Toda enredada. Esa casa de locos te enferma. 

Estaba por irse, cruzar la frontera, volar al paraíso. Renuncia a sus trabajos, le detectan los tumores, pero tiene mala la sangre, no la pueden operar. A las semanas, los hospitales colapsan con mares de gente ahogándose. Se mueren y llegan más y se mueren y más, interminables. Cuando las cosas se ponen así, es mejor irse, compadre, hasta que se calmen. Mi hija no cree en Dios. Yo agradezco la crianza que le dio su madre, pero falló en darle fe. Si eres bueno, Dios te guarda. Yo hago el esfuerzo y Dios me premia. Yo quiero vivir en paz, hermano. En las tempestades, hay que dejar que los mares se calmen hasta que se hagan favorables los vientos, y las lágrimas, hasta el silencio.

Ahora te digo, no sé bien qué pasó. Pelusa me dijo toda trágica que ya era muy tarde. Pero a la semana, la niña desapareció y reapareció operada, curada, degollada como si nada hubiese pasado. Salvada por un limpio tajo cosido y esas dobles fauces sonriéndonos. Se quedó sin grasa, sin glándula, sin voz, pero a los tres días ya cantaba; al cuarto caminaba con una fuerza desconocida dando saltitos como pájaro; al quinto, voló y se fue con todos los vientos grises de esta horrible ciudad a su favor. Pelusa accedió a verme después. Confundida, casi indignada. Miraba incrédula y le notabas los ojos inquietos como si viese serpientes negras por los cielos. 

¿Qué pasó? 

¿Qué pasó con la niñita? 

Yo tampoco sé, Pelusa, pero así son los milagros.

Como te decía, ya hace más de un año que la niña no llama, no escribe. No saluda por el día del padre ni los cumpleaños. Yo no soy hombre rencoroso. Solo que pensé que esa espina que era la relación con mi hija había salido, pero ahora la veo nuevamente ahí, enterrada en el pecho. Pelusa es esquiva con sus respuestas. Me dice que tampoco se hablan mucho, que no sabe nada, que mejor así. Nerviosa, enflaquecida, atareada con las buenas obras como si fuesen penitencia atrasada. Con su hermano nada tampoco. Es verdad que no se conocieron mucho. Sin embargo, la sangre es un río que nos atraviesa a todos. No hay final, no hay salida de ese laberinto. ¿Será que es cierto el dicho, compadre? La busqué por internet y creí haberla encontrado, pero era otra persona con otro nombre y con otro rostro. ¿Será que cuándo los hijos vuelan habrá que cuidar los ojos?

Theotokos

Ximena Villaseca 

 

Te vi bajo la catedral, tenía 8 o 9

Y pavor a la iconografía católica 

Pero entre tanto cristo doliente, 

tanta reliquia sin sentido 

(la silla donde puso el poto Juan Pablo II) 

y mis escalofríos

Aprendí que todo acercamiento a mi cuerpo 

debía ser tomado como un sacramento. 

Que solo por el placer somos salvos

Que poner un pie sobre la luna 

y otro sobre el áspid un día 

no me salvará de un acosador al siguiente 

Que una mirada es una oración 

Y que solo basta una

Para que mi corazón arda. 

 

Y si eso no nos vincula lo suficiente 

Y aún te preguntas por qué escribo

Te diré que escribo como una reacción física 

Porque en 500 años quién sabrá

el color del cabello de una mujer del desierto 

Escribo porque también preferiría 

que me tragara un infierno de arena 

a ser devorada por las bestias

Porque toda estatua con pechos y prendas vaporosas 

alguna vez caminó esta tierra

Escribo porque tu existencia es la de todas nosotras: 

un ruego por ser creídas 

Escribo porque habitar una catedral nunca me sería suficiente 

Escribo como una excusa para volverme inmortal. 

by A-C-E

trabajo escrito alex.jpeg

Apóstata
(For those who pray without a pew)

I used to kneel.
Every morning, I’d fold myself small,
offer silence in return for mercy.
They told me Someone was listening.
I never believed them,
but I still knelt.

But the light was always red.
The bread always stale.
The hymns, static.

They say He sees everything,
then why does He keep His eyes closed
when they spit at those
just trying to speak?

I’ve seen worshippers with fists raised,
as if in reverence,
but their palms drip warning.
I’ve heard their sermons
echoed in rally cries.
Their gospel is paper-thin,
folded flags and forged signatures.
Their altar is built on backs.

I prayed.
I begged.
I blistered.

I don’t kneel anymore.
Rebellion has nothing to do with it.
It’s just-
faith doesn’t live here now.
Not in this body,
not in this place
that never wanted me.

He’s never answered.
Perhaps the voice was never separate,
just another echo
rising from marble steps
and measured hands.
Sanctity stitched into suits,
certainty guarded by gates.
I watched reverence
become protocol.

I was told the fire was holy,
that to be watched
was to be protected.
But the flame searched,
measured,
named.
It did not warm.
It marked.
And when I stood still long enough,
I saw the temple was a mirror,
and I was always
the offering.

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